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.Y la había retenido para murmurarle algoantes de dejar que caminara hacia el monarca.-No tienes por qué ir si no quieres.No tiene forma de convertir esto en unproblema.Era evidente que estaba tenso.Debía detestar tener tan poco control sobrelos asuntos que concernían al rey.A cualquier otra persona podría haberlallamado a capítulo por hacer lo que había hecho Juan, pero a él no, si noquería arriesgarse a que le consideraran traidor.-No, pero si no voy nos vamos a morir de curiosidad por saber qué tiene enmente.Deja que vaya, Wulfric, es por nuestro bien -le respondió ella, tambiéncon un susurro.No le dejó más alternativa, y ella cruzó rápidamente los metros de puenteque la separaban del rey.Él no desmontó, se limitó a inclinarse para no tenerque hablar en voz muy alta, pues era obvio que tenía que decirle algo privado.-Sé que no es necesario mencionarlo -empezó Juan, algo incómodo,aunque no mucho-, pero hemos de olvidar cualquier malentendido que hayahabido entre nosotros, Milisant de Thorpe.He mantenido algunasconversaciones con Guy después de nuestro.encuentro.Me ha complacidoconstatar que es de los míos y que seguirá siéndome leal.Tu padre tambiénme ha tranquilizado.Así que mantén en silencio lo que no tiene ningunarelevancia.Le estaba diciendo, a su manera, que ya no se oponía a su matrimonio conWulfric y su última frase había sido una advertencia para que mantuviera ensilencio aquel episodio.Él suponía que no se lo había dicho aún a nadie, o lo esperaba, ya quenadie se había hecho eco de ello.No tenía motivos para dudar de ello.-Ciertamente, alteza -le tranquilizó ella, y le dedicó una sonrisa convincente-.No dejaré que nadie sepa que le pegué una patada al rey de Inglaterra.Mencionar el hecho que podía despertar el legendario temperamento de losangevinos era todo un riesgo.Pero no suscitó su ira sino una carcajada.-Me gusta tu temple, niña.Eso fue lo que le dije a mi hombre cuando lemandé.a poner punto final a unos planes que hubieran hecho avanzar lascosas por el camino equivocado.Un temple como el tuyo no merecedesaparecer.Y, a modo de conclusión, asintió y puso a su caballo a mediogalope, con el largo séquito siguiéndole.Ella los miró y luego sintió, más quenotó, a Wulfric tras ella de nuevo.Él deslizó su brazo por su hombro y ambosse encaminaron hacia la torre.Wulfric no dijo nada más, no hubiera sido prudente con tanta gentealrededor.Sin embargo, fueron los primeros en llegar al gran hogar, ya que losdemás se habían entretenido en el puente.Y él no estaba dispuesto a dejarcorrer el asunto.-¿Y bien? -preguntó.-Pues creo que quien fuera que estuviera tras esos atentados contra mí (yahora no estoy tan segura de que fuera el rey Juan, sino más bien que élestuviera al corriente) ha sido disuadido de ello -le dijo, mientras se calentabalas manos al calor de la lumbre-.Eso es lo que me ha dicho, aunque conmucho circunloquio.-¿Estás segura?-Supongo que puedo haberlo malinterpretado, aunque lo dudo porque élmismo me ha aconsejado no hablar de ello con nadie.Por lo que a élrespecta, el asunto está zanjado.Él suspiró y ella notó su alivio.Sabía por qué ella se sentía aliviada, pero nosabía a qué se debía la tranquilidad de Wulfric, y le miró con curiosidad.Lapregunta se formó en su mente y sabía que no la iba a dejar en paz.Nuncahubiera pensado en preguntárselo antes pero, después de la noche de bodas,tenía que saberlo.-¿No crees que te hubiera beneficiado si Juan, o el que estuviera detrás deesos ataques, hubiera conseguido su propósito antes de que nos casáramos?¿ Por qué me has protegido tan celosamente? Si lo hubieran conseguido, túhabrías podido.-No osó terminar cuando vio la furia con que él lacontemplaba.-Por todos los santos, ¿de dónde sacas esas ideas tan descabelladas? ¿ Deverdad crees que puedo desearte algún mal, sea por la razón que sea?Además, ¿qué motivo podría tener yo para.?-Pues uno muy obvio -le cortó ella fríamente, inquieta al ver que él tomabacomo ofensa una pregunta que a ella le parecía muy lógica, después de todo-.Que hubieras preferido casarte con otra mujer, concretamente con la mujer ala que amas.Él la miró perplejo.No había mejor forma de describir lo que sustituyó a suenfadó.Y luego también la perplejidad desapareció, dejando paso de nuevo ala ira, aunque no tan intensa, ya que su tono no sonó demasiado áspero sinosólo lo suficiente para herirla.-Si te refieres a esa tontería que te dije como respuesta a tu propiadeclaración de amor por otro hombre, entonces es que aún eres más dura demollera que yo porque, en tu caso, el sentido común hubiera debido decirte aestas alturas que ésa era una observación que no responde a ningunarealidad.¿ O es que me comporto como un hombre prendado de otra mujer?Francamente, si lo hago, te agradecería que me digas cuándo, para que puedamodificar mi conducta puesto que esa otra mujer no existe.Y, con eso, se apartó ofendido de ella.Milisant apenas se dio cuenta denada por lo aturdida que estaba.¿Así que no amaba a otra? ¿Que sólo había sido una réplica porque ella lohabía dicho antes? Pero ¿qué pensar ahora? El hecho de que amara a otrahabía sido una de sus principales objeciones contra él.Había sido el defecto alque agarrarse para no tener que considerar las sugerencias que su hermana lehacía respecto al resto de objeciones.Si no amaba a otra, entonces era librepara amar a.Milisant.Sintió una calidez que no tenía nada que ver con la proximidad del fuego.Yeso la hizo sonreír.48Milisant observó detenidamente a Wulfric durante la cena, y tambiéndespués.Él seguía sintiéndose ofendido, aunque nadie lo habría dicho,porque él se esforzaba por disimularlo.Sin embargo, Milisant lo notaba.Seguía rumiando la ofensa.Por su parte,ella seguía algo desconcertada, teniendo en cuenta lo que él le había reveladoy las nuevas posibilidades que se le abrían.Había pasado buena parte de la tarde con Roland, recordando con él susdías de formación en Fulbray.Los Fitz Hugh tenían pensado marcharse al díasiguiente por la mañana, así que no le quedaba mucho tiempo que compartircon su viejo amigo y quería disfrutar de él mientras pudiera
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