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.Todo este largo preámbulo dijo don Quijote, en tanto que los demás cenaban,olvidándose de llevar bocado a la boca, puesto que algunas veces le había dichoSancho Panza que cenase, que después habría lugar para decir todo lo quequisiese.En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver quehombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas lascosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándole de sunegra y pizmienta caballería.El cura le dijo que tenía mucha razón en todocuanto había dicho en favor de las armas, y que él, aunque letrado y graduado,estaba de su mesmo parecer.200Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su hijay Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habíandeterminado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, donFernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podríaser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había comenzado adar, viniendo en compañía de Zoraida.A lo cual respondió el cautivo que de muybuena gana haría lo que se le mandaba, y que sólo temía que el cuento no habíade ser tal, que les diese el gusto que él deseaba; pero que, con todo eso, porno faltar en obedecelle, le contaría.El cura y todos los demás se loagradecieron, y de nuevo se lo rogaron; y él, viéndose rogar de tantos, dijo queno eran menester ruegos adonde el mandar tenía tanta fuerza.-Y así, estén vuestras mercedes atentos, y oirán un discurso verdadero, a quienpodría ser que no llegasen los mentirosos que con curioso y pensado artificiosuelen componerse.Con esto que dijo, hizo que todos se acomodasen y le prestasen un grandesilencio; y él, viendo que ya callaban y esperaban lo que decir quisiese, convoz agradable y reposada, comenzó a decir desta manera:Capítulo XXXIX.Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos-«En un lugar de las Montañas de León tuvo principio mi linaje, con quien fuemás agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna, aunque, en la estrechezade aquellos pueblos, todavía alcanzaba mi padre fama de rico, y verdaderamentelo fuera si así se diera maña a conservar su hacienda como se la daba engastalla.Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le procedió dehaber sido soldado los años de su joventud, que es escuela la soldadesca dondeel mezquino se hace franco, y el franco, pródigo; y si algunos soldados sehallan miserables, son como monstruos, que se ven raras veces.Pasaba mi padrelos términos de la liberalidad, y rayaba en los de ser pródigo: cosa que no lees de ningún provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de sucederen el nombre y en el ser.Los que mi padre tenía eran tres, todos varones ytodos de edad de poder elegir estado.Viendo, pues, mi padre que, según éldecía, no podía irse a la mano contra su condición, quiso privarse delinstrumento y causa que le hacía gastador y dadivoso, que fue privarse de lahacienda, sin la cual el mismo Alejandro pareciera estrecho.»Y así, llamándonos un día a todos tres a solas en un aposento, nos dijo unasrazones semejantes a las que ahora diré: ''Hijos, para deciros que os quierobien, basta saber y decir que sois mis hijos; y, para entender que os quieromal, basta saber que no me voy a la mano en lo que toca a conservar vuestrahacienda.Pues, para que entendáis desde aquí adelante que os quiero como padre,y que no os quiero destruir como padrastro, quiero hacer una cosa con vosotrosque ha muchos días que la tengo pensada y con madura consideración dispuesta.Vosotros estáis ya en edad de tomar estado, o, a lo menos, de elegir ejercicio,tal que, cuando mayores, os honre y aproveche.Y lo que he pensado es hacer demi hacienda cuatro partes: las tres os daré a vosotros, a cada uno lo que letocare, sin exceder en cosa alguna, y con la otra me quedaré yo para vivir ysustentarme los días que el cielo fuere servido de darme de vida.Pero querríaque, después que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca de suhacienda, siguiese uno de los caminos que le diré.Hay un refrán en nuestraEspaña, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias brevessacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: "Iglesia, o201mar, o casa real", como si más claramente dijera: "Quien quisiere valer y serrico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entrea servir a los reyes en sus casas"; porque dicen: "Más vale migaja de rey quemerced de señor".Digo esto porque querría, y es mi voluntad, que uno devosotros siguiese las letras, el otro la mercancía, y el otro sirviese al rey enla guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su casa; que, ya que laguerra no dé muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama.Dentro de ochodías, os daré toda vuestra parte en dineros, sin defraudaros en un ardite, comolo veréis por la obra.Decidme ahora si queréis seguir mi parecer y consejo enlo que os he propuesto''.Y, mandándome a mí, por ser el mayor, que respondiese,después de haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastasetodo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber ganarla,vine a concluir en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir el ejerciciode las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey.El segundo hermano hizo losmesmos ofrecimientos, y escogió el irse a las Indias, llevando empleada lahacienda que le cupiese.El menor, y, a lo que yo creo, el más discreto, dijoque quería seguir la Iglesia, o irse a acabar sus comenzados estudios aSalamanca.Así como acabamos de concordarnos y escoger nuestros ejercicios, mipadre nos abrazó a todos, y, con la brevedad que dijo, puso por obra cuanto noshabía prometido; y, dando a cada uno su parte, que, a lo que se me acuerda,fueron cada tres mil ducados, en dineros (porque un nuestro tío compró toda lahacienda y la pagó de contado, porque no saliese del tronco de la casa), en unmesmo día nos despedimos todos tres de nuestro buen padre; y, en aquel mesmo,pareciéndome a mí ser inhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan pocahacienda, hice con él que de mis tres mil tomase los dos mil ducados, porque amí me bastaba el resto para acomodarme de lo que había menester un soldado.Misdos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil ducados: de modo que ami padre le quedaron cuatro mil en dineros, y más tres mil, que, a lo queparece, valía la hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse conella en raíces.Digo, en fin, que nos despedimos dél y de aquel nuestro tío quehe dicho, no sin mucho sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que leshiciésemos saber, todas las veces que hubiese comodidad para ello, de nuestrossucesos, prósperos o adversos
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