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.Subieron al Volkswagen de Leite y se pusieron en marcha hacia Estácio.Inferninho se despertó con el soniquete del lechero.Tardó un poco en recordar todo lo del día anterior, se mojó la cara poniéndola directamente bajo el grifo de la cocina y salió al patio, revólver en mano, sin comprobar si el arma estaba cargada.No la utilizaría, sólo quería amedrentar al lechero.—¡Eh, tú! Acércate, que quiero hablar contigo.—Tú dirás —respondió el lechero.—¿Me puedes hacer un favor?—¡Claro que sí! —dijo el muchacho, nervioso, evitando mirar tanto al revólver como a los ojos de Inferninho.—Mira: tienes que llevar en tu trasto un colchón, una cocina, un sofá, un armario y una radio a la Trece.Yo voy a asaltar una casa y tú esperas, ¿vale?—Vale.—¿Cuántos viajes tendrás que hacer?—Por las cosas que has dicho, calculo que dos.—Entonces escucha: tú vas acomodando todo ahí, que yo me adelanto, ¿de acuerdo? Empiezo a limpiar la casa y te espero, ¿vale, colega?—De acuerdo.Inferninho trincó dos casas.Una sería para él y la otra para Martelo.El lechero hizo el traslado rápidamente.Inferninho decidió dejar el armario en la casa reservada para Martelo, y el resto de las cosas, en su nueva casa.Le dio un reloj al lechero y se puso a pasear por la sala con las manos cruzadas en la espalda, pensando en la enfermedad de su padre y en las piernas de su madre subiendo las laderas del morro… Sintió una punzada de tristeza, y abrió la ventana; un rayo de sol invadió la casucha y lo impulsó a salir a comer algo.Antes de salir, vio a Carlinho Pretinho cruzar la Rua do Meio con dos botellas de cerveza en la mano.Llamó a su amigo y empezó a contarle mentiras.Le dijo que la policía había rodeado su casa de madrugada y que si estaba vivo era porque se había ido a tiempo.Jamás volvería a su casa, así no alertaría a la policía en un lugar que ya estaba fichado.—¡Métete en una de esas casas que están vacías, tío!—¿Crees que no lo he hecho ya? ¡Ja, ya me he mudado, colega!Se fueron a la casa de Carlinho Pretinho.En el camino, Inferninho pidió a un niño que le hiciese un recado:—Compra allí dos panes y medio kilo de mortadela y llévalo a aquella casa —dijo, señalando la casa de su amigo.El niño no tardó en volver con lo que le habían pedido.Comieron, bebieron, fumaron marihuana y cigarrillos, y conversaron sobre vaguedades hasta que Pretinho, después de ver bostezar varias veces a su amigo, le aconsejó que se tumbase un rato.—Puedes echarte un sueñecito ahí mismo, tronco.Yo me voy a dar una vuelta, ¿vale? Duerme hasta la hora que tú quieras.Tranquilo…, esta casa es segura.Antes de salir, Carlinho Pretinho le dijo a su amigo que Lúcia Maracaná prepararía un almuerzo estupendo para los dos.Inferninho pensó en ducharse, incluso avanzó hacia el cuarto de baño, pero cambió de idea cuando sintió que la cabeza le daba vueltas: estaba cargado de cerveza y maría de la buena.Se acostó con camiseta, calzoncillos y bermudas.A eso de las dos de la tarde lo despertó la charla de Lúcia Maracaná y Berenice.Se duchó.En cuanto salió del baño echó un vistazo a las piernas de aquella desconocida.Berenice, en un primer momento, se mosqueó al notar cómo la asediaban los ojos del malandrín.Al cabo de un rato, empezó a cruzar y descruzar las piernas sin cesar.Maracaná hablaba de sus fantasías mientras cocinaba:—Voy a desfilar en el ala como primera bailarina, ¿sabes? No me apetece salir en el ala bailando con todo el conjunto, ¿entiendes? Hay que ir a ensayar todos los miércoles.Bueno, como primera bailarina, no: cada uno en su casa y Dios en la de todos.Además, basta con pintarse un poco, unas zapatillas, las medias y el sujetador.Eso de andar con mucha ropa lo único que hace es trabar los movimientos, ¿entiendes? Me gusta ir jugando con los pies, no me atrae eso de andar dando vueltas por la avenida como un pavo, no… Este año voy a ir a la escuela de São Carlos, a la de Salgueiro y a la de aquí.Voy a salir toda de blanco para poder entrar en las tres con el mismo disfraz —concluyó Maracaná.Inferninho, callado, pensaba en la posibilidad de que se hubiesen presentado denuncias por los asaltos del día anterior.Sentía remordimientos por haber atracado en el barrio.Passistinha siempre decía que el jaleo había que armarlo en barrio ajeno.Pero la verdad es que aquello tenía sentido: ningún sitio sería bueno para atracar si el pendón de su hermano estaba en el barrio.Tenía poco tiempo.«Deben de haber hecho el retrato robot», pensaba.Aunque estaba preocupado, no por eso dejaba de observar, admirado, el cuerpo de Berenice: esos labios carnosos y pintados, esas bermudas ajustadas y cortas que perfilaban aquel culo pronunciado, esos senos puntiagudos…, se le hacía la boca agua al mirarlos, esas piernas rollizas, esos ojos grandes y aquella manera suave de hablar… Se empalmó.Lúcia anunció que estaba listo el almuerzo, cogió los platos, los cubiertos, y puso en la mesa arroz, frijoles y un guiso de costillas de vaca con patatas
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