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.—Ya puedes relajarte —le dije—.Estamos a salvo.Tragó saliva con tanta fuerza que lo oí, y después asintió.El coche fue acercándose gradualmente al límite de velocidad.Tenía la cara bañada en sudor, y no precisamente porque estuviera acalorado.—¿Cómo te encuentras? —le pregunté.—No lo sé.—Parecía ausente.Estaba en shock.—Lo has hecho muy bien.—Creía que iba a atropellarlo.Creía que iba a matarlo con el coche.—Él también lo creía: por eso se ha apartado.—¿Y si no?—Ya ves que sí.—Pero ¿y si…?—Pues le habríamos pasado por encima y estaríamos donde estamos: a salvo en la carretera.—Me habrías dejado atropellarlo, ¿verdad?—Lo importante es sobrevivir, Larry.Si no puedes con ello, búscate otro trabajo.—A los reanimadores no les pegan tiros.—Esos tipos eran de la Alianza Humana, una asociación de fanáticos ultraderechistas que odian cualquier cosa que tenga que ver con lo sobrenatural.—No le comenté que Jeremy Ruebens había ido a verme; no le pasaría nada por no saberlo.Me quedé mirándolo.Estaba muy pálido y desorientado.Se había enfrentado a un dragón, y no era precisamente de los más temibles, pero después de vivir una situación violenta no volvemos a ser los mismos.La primera vez que tenemos que decidir si vivimos o morimos, nosotros o ellos, nos cambia para siempre y no hay vuelta atrás.Enfrentada a la conmoción de la cara de Larry, me habría gustado que las cosas hubieran sido distintas; me habría gustado que siguiera risueño, inocente y confiado.Pero como decía mi abuela paterna, hay que ser gilipollas para creer que de ilusión también se vive.Larry había entrado en mi mundo.Faltaba ver si estaría dispuesto a encajar otra dosis o saldría corriendo.Huir o perseverar, escaquearse o plantar cara: el eterno dilema.No sabía muy bien qué prefería.Quizá viviera más tiempo si se mantenía alejado de mí; por otra parte, quizá no.Cara, chungo; cruz, peor.VEINTIUNO—¿Qué pasa con mi coche? —preguntó Larry, alarmado.—Lo tienes asegurado, ¿no? —Me encogí de hombros.—Sí, pero…—Como no han conseguido triturarnos, igual les da por triturarte el coche.El chaval me miró buscando indicios de que era una broma.Ya le gustaría.De repente, una bicicleta salió de la oscuridad y se nos plantó delante.Los faros iluminaron el semblante pálido de un niño.—¡Cuidado! —grité.Larry volvió a mirar la carretera justo a tiempo para ver los ojos desorbitados del crío.Los frenos chirriaron, y el niño desapareció de la estrecha franja iluminada.Se oyó un golpe antes de que detuviera el coche.Larry jadeaba; yo había dejado de respirar.Teníamos el cementerio a la derecha.Estábamos demasiado cerca para pararnos; sin embargo… Mierda.Era un puto crío.Me volví para mirar.La bicicleta era un amasijo de hierros, y el niño estaba inmóvil.Que no estuviera muerto, por favor…No creía que los de la Alianza Humana tuvieran tanta imaginación como para usar un niño de cebo, pero si se trataba de una trampa, era de las mejores, porque yo no podía dejarlo tirado en el arcén.Larry se agarraba al volante con tanta fuerza que le temblaban los brazos.Si antes me había parecido que estaba pálido, no había visto nada.Parecía un fantasma descompuesto.—¿Está… herido? —preguntó con una voz áspera por las lágrimas contenidas.En realidad quería preguntar si estaba muerto, pero no se atrevió a pronunciar la palabra.Prefería apartarla de su mente.—Quédate en el coche —le dije.Larry no contestó.Se quedó mirándose las manos, sin atreverse a levantar la vista.Joder, tampoco era culpa mía que hubiera perdido la flor, así que ¿por qué me sentía culpable?Salí del coche, con la Browning preparada por si a aquellos locos les había dado por seguirnos a la carretera.Podían haber recuperado el 45 y estar en camino.El niño no se había movido, pero estaba demasiado lejos para ver si respiraba.Sí, seguro que era eso.Lo tenía a un metro por lo menos.Por favor, que estuviera vivo.Estaba tendido boca abajo, con un brazo aprisionado por el cuerpo, probablemente roto.Inspeccioné la oscuridad del cementerio mientras me arrodillaba a su lado; no parecía que una turba de ultras exaltados anduviera al acecho.El chaval llevaba el atuendo prototípico: camisa de rayas, pantalón corto y zapatillas de deporte.¿Quién le había puesto ropa de verano en una noche tan fría? ¿Su madre? ¿Una mujer lo había vestido amorosamente y lo había mandado a morir?Tenía el pelo castaño ondulado, suave como el de un bebé.La piel de su cuello estaba helada.¿Por la conmoción? Aunque hubiera muerto, aún no se habría enfriado.Intenté encontrarle el pulso, pero no hubo manera.Por favor, Dios, por favor.Levantó la cabeza y soltó un gemido.Estaba vivo.Gracias, Dios mío.Intentó enderezarse, pero se desmoronó dejando escapar un grito.Larry se había apeado y se nos acercaba.—¿Cómo está?—Vivo —contesté.El niño se empeñaba en incorporarse, de modo que lo cogí por los hombros para ayudar, intentando sostenerlo con el brazo derecho.Alcancé a ver de refilón unos ojos marrones muy grandes, una cara molletuda… y un cuchillo más grande que el niño, en su mano derecha.—Dile que venga a ayudarte —susurró.Entre los labios regordetes asomaban unos colmillos minúsculos.El filo del cuchillo me apretaba el estómago por encima de la riñonera: la punta se había introducido bajo la chaqueta de cuero y estaba en contacto con la camisa.Fue uno de esos momentos en que el tiempo se estira y se desencadena una pesadilla a cámara lenta: pude decidir con calma entre traicionar a Larry y morir.No había color: nunca les entrego a nadie a los monstruos
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