[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Y, a veces, a sesenta.Se detenía en los altozanos para admirar elpanorama.Esquivaba las ciudades y examinaba los mapas.Todas las carreteras conducían, tarde o temprano, aMisisipí.Cerca del limite del estado de Carolina del Norte, encontró un viejo motel que prometía aire acondicionado,televisión por cable y habitaciones limpias por veintinueve dólares con noventa y nueve centavos, si bien elletrero estaba torcido y tenía los bordes oxidados.La inflación había llegado junto con el cable, pues ahora lahabitación costaba cuarenta dólares.Al lado había un café que permanecía abierto las veinticuatro horas dondeRay se zampó unos dumplings, el plato especial de la noche.Después de cenar se sentó en un banco del exteriordel motel, se fumó otro habano y contempló el paso ocasional de algún que otro vehículo.Al otro lado de la carretera y unos cien metros más abajo había un autocine abandonado.La marquesina se habíadescolgado y estaba cubierta de zarzas y malas hierbas.La gigantesca pantalla y las vallas que rodeaban elperímetro llevaban muchos años convirtiéndose en ruinas.Clanton había tenido en otros tiempos un autocine como aquél, justo a un tiro de piedra de la entrada de laciudad.Pertenecía a una cadena del Norte y ofrecía a los habitantes de la localidad la típica programación depelículas de playa, terror y artes marciales, unas películas que despertaban el interés de los jóvenes y daban a lospredicadores material para sus sermones.En 1970, los poderes del Norte decidieron corromper una vez más elSur, enviándoles películas guarras.Como todas las cosas buenas y malas, la pornografia llegó tarde a Misisipí.Cuando la marquesina anunció Lasanimadoras, los automóviles que pasaban no hicieron ni caso.Cuando al día siguiente se añadió XXX, se paró eltráfico y en los cafés de la plaza se calentaron los ánimos.El primer pase tuvo lugar un lunes por la noche anteun pequeño grupo de curiosos y en cierto modo entusiastas espectadores.En el instituto circularon comentariosfavorables y el martes numerosos adolescentes se ocultaron en los bosques, muchos de ellos con prismáticos,para contemplar con incredulidad las escenas que se sucedían en la pantalla.Después de las oraciones delmiércoles por la noche, los predicadores organizaron y lanzaron un contraataque, basado más en las amenazasque en una estrategia meditada.Siguiendo el ejemplo de los manifestantes en favor de los derechos civiles, unas gentes que no les inspiraban lamenor simpatía, los predicadores condujeron sus rebaños a la carretera, a la altura del autocine, y allídesplegaron pancartas, rezaron y entonaron himnos, anotando apresuradamente los números de las matrículas delos automóviles que pretendían entrar.El negocio estaba condenado.Los empresarios del Norte presentaron una denuncia para conseguir un mandatojudicial.Los predicadores presentaron otra por su cuenta y, como era de esperar, todo ello acabó en la sala delhonorable Reuben V.Atlee, miembro de toda la vida de la Primera Iglesia Presbiteriana, descendiente de losAtlee que habían construido el primer santuario y, durante treinta años, catequista de una escuela dominical quese reunía en la cocina del sótano de la iglesia.El juicio duró tres días.Puesto que ningún abogado de Clanton quiso defender Las animadoras, los propietariostuvieron que ser representados por un bufete de Jackson.Una docena de ciudadanos se declaró en contra de lapelícula en nombre de los predicadores.Diez años más tarde, cuando estudiaba en la Facultad de Derecho de Tulane, Ray estudió el dictamen de supadre acerca del caso.Siguiendo los casos federales más habituales, la sentencia del Juez Atlee protegió losderechos de los manifestantes, pero con ciertas limitaciones.Y, citando un reciente fallo en un litigio porobscenidad en el Tribunal Supremo de Estados Unidos, permitió que la película se siguiera exhibiendo.Desde un punto de vista judicial, el razonamiento era impecable.No obstante, desde un punto de vista político,era desastroso.Nadie estuvo satisfecho.El teléfono sonaba por la noche con amenazas anónimas.Lospredicadores calificaron a Reuben Atlee de traidor.«Ya verás en las próximas elecciones», le prometieron desdelos púlpitos.El Clanton Chronicle y el Ford County Times recibieron un alud de cartas, todas ellas censurando al Juez Atleepor tolerar semejante indecencia en su intachable comunidad.Cuando finalmente se hartó de todas aquellascríticas, el Juez se resolvió a hablar [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • gieldaklubu.keep.pl
  •