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.Capítulo VITodos habían acudido.George exhaló un suspiro de alivio.Hasta el último momento había temido que alguien desertara, pero todos se hallaban allí.Stephen Farraday, alto y erguido, algo pomposo en sus modales.Sandra Farraday con un sobrio vestido de terciopelo negro y esmeraldas al cuello.Aquella mujer era de gran alcurnia, de eso no había la menor duda.Hablaba y se mostraba más amable y cortés que nunca.Ruth, de negro también, sin más adorno que un broche.El pelo negro como ala de cuervo, muy pegado a la cabeza; la garganta y el cuello muy blancos, más blancos que los de las demás mujeres.Ruth era una trabajadora, no disfrutaba de los largos ratos de ocio necesarios para broncearse al sol.Los ojos de George se encontraron con los de ella y, como si la muchacha viera en ellos reflejada la ansiedad, sonrió tranquilizadora.Se animó.¡Qué leal era Ruth!.A su lado, Iris se mostraba contra su costumbre algo silenciosa.Sólo ella daba muestras de saber que aquélla no era una fiesta corriente.Estaba pálida, pero ello parecía favorecerla, le daba cierta belleza solemne.Llevaba un vestido sencillo verde hoja.Anthony Browne fue el último en presentarse y a George se le antojó que llegaba con el paso rápido y cauteloso de un animal selvático, como una pantera o como un leopardo.Aquel hombre no estaba totalmente civilizado.Todos estaban allí, todos a buen recaudo en la trampa de George.Ahora empezaría el drama.Apuraron los cócteles.Se pusieron en pie y pasaron por el arco al restaurante propiamente dicho.Parejas bailando, música suave, camareros que se movían presurosos de un lado para otro.Charles les salió al encuentro y, sonriendo, les condujo a su mesa.Estaba en el otro extremo de la sala, un reservado con tres mesas, una grande en el centro y dos pequeñas para dos personas, una a cada lado de la central.Un extranjero de tez cetrina y edad madura, y una rubia muy hermosa, ocupaban una de las dos mesitas.Una pareja muy joven ocupaba la otra.La mesa central estaba reservada para el grupo de Barton.George les fue señalando jovialmente sus puestos.—Sandra, ¿quiere sentarse aquí, a mi derecha?.Browne a su lado.Iris querida, la fiesta es tuya.He de tenerte aquí, a mi lado.Y usted a su otro lado, Farraday.Después usted, Ruth.Hizo una pausa.Entre Ruth y Anthony había un asiento vacante.La mesa se había puesto para siete.—Mi amigo Race tal vez llegue un poco tarde.Me dijo que no le esperáramos.Ya vendrá.Me gustaría que le conociesen todos ustedes.es una gran persona.ha recorrido todo el mundo y puede contarles cosas muy interesantes.Iris se sentó enfadada.George lo había hecho adrede, la había separado de Anthony.Ruth tendría que haber estado sentada donde estaba ella, junto al anfitrión.¡Así que George aún le tenía antipatía a Anthony y desconfiaba de él!.Espió a través de la mesa.Anthony tenía el entrecejo fruncido.No la miró.Una vez dirigió una mirada de soslayo al asiento vacío a su lado.—Me alegro de que haya de venir otro hombre, Barton.Existe la posibilidad de que tenga que marcharme yo algo temprano.Completamente inevitable.Pero es que me encontré aquí con un conocido.—¿También dedica las horas de diversión a los negocios? —preguntó George sonriente—.Es usted demasiado joven para eso, Browne.Aunque es verdad que nunca he sabido a qué se dedica usted.Por casualidad la conversación había cesado un instante.Se oyó la contestación de Anthony, deliberada y fría:—Al crimen organizado, Barton.Eso es lo que contesto siempre que se me pregunta.Robos por encargo.Especialidad en raterías.Esmerado servicio a domicilio.Sandra rió.—Tiene usted algo que ver con armamentos, ¿verdad, Mr.Browne? —declaró—.En estos tiempos, el villano, en todas las obras, es un traficante de armas.Iris observó que los ojos de Anthony se dilataban de pronto con gesto de sorpresa.—No me descubra usted, lady Alexandra —rogó en tono zumbón—.Todo es muy secreto.Los espías de las potencias extranjeras están en todas partes.Silencio y discreción.Sacudió la cabeza con burlona solemnidad.El camarero retiró los platos de las ostras.Stephen le preguntó a Iris si le gustaría bailar.No tardaron en estar bailando todos.La atmósfera se descargó un poco.Por fin le tocó a Iris bailar con Anthony.—¡Qué mala intención la de George! —dijo ella—.No quiso ponernos juntos.—Al contrario.Es de agradecer.Así puedo contemplarte sin interrupción desde el otro lado de la mesa.—¿No será verdad eso de que tienes que marcharte temprano?.—Pudiera ser.—¿Sabías que iba a venir el coronel Race?.—No.No tenía la menor idea.—Resulta curioso.—¿Lo conoces?.Ah, sí.Me dijiste que sí el otro día.¿Qué clase de hombre es?.—Nadie lo sabe con exactitud —afirmó Iris.Volvieron a la mesa.Poco a poco la tensión, que se había aliviado, pareció acentuarse de nuevo.Todos estaban tensos.Sólo el anfitrión parecía jovial y despreocupado.Iris le vio echar una mirada al reloj.De pronto sonó un redoble de tambor y la iluminación se amortiguó.En la parte central de la pista se alzó una plataforma.Las sillas se retiraron un poco, puestas de lado.Tres hombres y tres muchachas aparecieron bailando en el escenario
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